domingo, 23 de enero de 2011

Fantasmas del pasado

Ya está. He conseguido cumplir mi primer paso hacia la novela... He aquí mi propuesta para el segundo capítulo de la novela ToBe-Continued.

Espero que guste: en la primera vez que paso de los dos folios escritos:

Con ese negro pelo ondeando (¿cómo iba a ondear su pelo, si estaban en un recinto cerrado?) al ritmo de la sinfonía, ella respondió a su atónita mirada de dolor contenido con una sonrisa. “Deslumbrante, como siempre”, pensó Colifatto.
-          Cierra la boca, querido. Y cambia la cara. Cualquiera diría que no te alegras de verme de nuevo.
“Sibilina, como siempre”, pensó Colifatto de nuevo, mientras no podía equiparar en su cabeza el contoneo de la mujer que se acercaba a él al reptar de una peligrosa serpiente.
Mientras tanto, Quijano no salía de su asombro: ¿Cómo podía un bicho raro como ese argentino conocer a ese monumento? ¡Y la familiaridad con la que ella le trataba…!
-          Es un placer tenerla colaborando con nosotros, señora –dijo Quijano cuando se pudo reponer, mientras le ofrecía la mano.
-          El placer es mío, capitán. Ya veo que tuvo en cuenta mi recomendación –respondió ella, guiñando un ojo a Colifatto.
-          Por supuesto, señora. Lo que sea necesario para resolver este macabro caso. Además, Colifatto es nuestro mejor hombre, con diferencia.
A Colifatto todo esto le parecía surrealista. Se sentía mareado, como si una nave espacial llena de bichos verdes le hubiese abducido y le hubiese hecho dar vueltas a toda velocidad por el espacio, para después dejarle de nuevo en la Tierra, aturdido, y en una vida nueva. Hasta sentía náuseas. ¿Qué hacía ella acá? ¿Por qué sentía que había viajado, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo? ¿Por qué tenía que venirle todo esto de golpe? No, al Universo no le bastaba con plantarle ese cadáver, no, tenía que cebarse con él. También tenía que estar ELLA.
Estuvo a punto de viajar mentalmente al pasado cuando la voz del capitán le indicó que tendrían que salir para mostrarle la escena del crimen a Marina...
-          … y el cadáver, si estos inútiles no lo han hecho trizas ya –se quejó Quijano.
“¿Más aún?”, pensó Colifatto, y le volvieron las náuseas, así que intentó dejar el pasado aparcado. Pero no pudo evitar que le vinieran a la cabeza imágenes borrosas de un hotel de carretera, un coche con un faro roto, sangre, mucha sangre, dando un color rojizo al desierto… Y una mujer, esa mujer, contoneándose por la escena del crimen, con una increíble habilidad para sortear guijarros con esos finos tacones, tan parecidos a los que llevaba hoy… Quijano quiso ayudarle a bajar las escaleras, ella rechazó su mano educada y elegantemente, e igual de elegante llegó hasta la bolsa que yacía encima de una camilla con ruedines, escoltada por dos agentes.
-          ¿Acá fue?
-          ¿Perdón? –Quijano estaba demasiado concentrado estudiando su trasero.
-          Que si acá encontraron el cuerpo –dijo Marina, señalando un gran charco de sangre al lado de la camilla.
-          No, no, señora –se recompuso Quijano.- Allá.

Colifatto no pudo evitar seguir también el dedo del capitán, y vio a dos agentes más inspeccionando la O, ya apagada.
-          ¿Allá arriba? –la elle salió silbante de sus labios, suave…
“Como una serpiente cuando hipnotiza a su presa antes de devorarla”, pensó Colifatto. Y sintió los profundos ojos de ella posados en él. Pero él seguía mirando arriba. Estaba tan alto… Más que la otra vez. Sintió vértigo al pensar que quizás tendría que subir para inspeccionar la escena del crimen, analizarla, ver si los agentes se habían dejado algo, comprobar las posibles coincidencias…
-          ¡Colifatto!
-          Eh… ¿Sí, señor?
-          ¿A qué coño espera? –Para su sorpresa, el capitán le estaba indicando su coche, donde Mariana ya estaba confortablemente sentada, con esa odiosa sonrisa en la cara.
-          ¿Perdone?
-          ¡Vamos, Colifatto! ¡No quiero que retrase más la investigación! Vamos todos juntos a la comisaría, quizás podamos cenar todos en casa hoy.
Aturdido, Colifatto subió al coche.
***
El trayecto hasta la comisaría se le hizo corto. Sólo tuvo que ignorar toda la cháchara insulsa que se vertía a su alrededor. Iba pensando… No, recordando. Iba recordando cada uno de los días de los años anteriores a su llegada a España. ¿Cómo pudo pensar que cruzando “el charco” se iba a librar de esa mujer? Era imparable, cuando algo se le antojaba, y no descansaba hasta que no tenía a su presa atrapada en su red. No, ni yendo a Afganistán, en medio de la guerra y el caos, se hubiese librado de ella.
En su cabeza volvía a formarse la imagen del desierto cuando la ausencia de movimiento le indicó que ya habían llegado a la comisaría. Dentro, más cháchara insulsa, pavoneos del capitán sobre todo. Por eso no pudo evitar sonreírse ante la atónita mirada de éste cuando Marina rechazó su invitación a cenar para girarse hacia él y decirle, con una sonrisa:
-          ¿Alguna sugerencia? ¡Tenemos tanto de que hablar! ¡Hace años que no nos vemos, querido! Deberíamos ponernos al día...
Y cuando, con una sonrisa cansada le contestó que ya sería otro día, que éste había sido muy largo, no pudo evitar una mezcla de satisfacción y de angustia al darle la espalda para dirigirse a la puerta.
***
Llegó a su casa en taxi (esta vez no intentaron estafarle, quizás el taxista también quería irse ya a su casa), cansado. Se dirigió como un zombi a la ducha, pero el cansancio no le impidió seguir a rajatabla su ritual, dejar el baño impecable y ordenado y meterse, en perfecto paralelismo de su cuerpo con el borde de la cama, en el lado derecho de la misma y no dejar ni una arruga en la colcha ni una parte de su cuerpo sin abrigar. “Al menos aquí no puede trastocarme la vida”, pensó.
Y no dejó de pensar. No pudo dejar de pensar en ella. En sus tacones. En su contoneo. En sus elles silbantes, en su envolvedora voz. Otra vez, la sinfonía de Beethoven. Otra vez, el desierto.
Esta vez la imagen volvió nítida a él: el desierto de Nazca, con sus famosas líneas, y el cuerpo colgando de ese inútil mirador de madera. Todo el mundo sabía que había que surcar los cielos en avioneta para poder admirar la belleza y perfección de los misteriosos dibujos. Aún así, ahí estaba el mirador, burlón, en medio de la carretera. Y ahí estaba el cuerpo, sangrando entre los barrotes. Y ahí estaba ella, deslumbrante, seria, profesional, seductora. Como también estuvo en Buenos Aires, aunque eso él no lo supo hasta más tarde, cuando se la encontró en su escala a Río desde Santiago, donde también se la cruzó. En Iquitos no se cruzaron sus caminos, pero él no podía asegurar que ella no le siguiese hasta allí. Si había llegado hasta Ushuaia, ¿dónde no iba a llegar esa mujer?
Pero donde realmente tuvo oportunidad de conocer a esa mujer fue en México. Prácticamente recorrieron el país juntos, como hicieron hace siglos Hernán Cortés con la Malinche. Como esa otra Marina, le sedujo, pero también le sirvió para conocer esa tierra. ¿Cómo no se dio cuenta antes de quién era realmente? Aunque ni siquiera ahora lo sabía con exactitud…
***
Quijano no podía quitarse a esa mujer de la cabeza. Era una mujer de bandera, estaba buenísima, pero no era sólo eso. No podía quitársela de la cabeza porque no podía quitarse de la cabeza ese picorcillo que le daba siempre cuando trabajaba en un caso. Sabía que había visto a esa mujer antes, pero no recordaba cuándo ni dónde. Pero esa sonrisa, esa seductora sonrisa…
Se fue a la cama pensando en ella, en ello, y se dijo que eran tonterías. Pero sabía que ese cosquilleo no le engañaba: ahí pasaba algo…
***
Colifatto seguía despierto, en la cama, mirando al techo, recordando cada doloroso segundo de sus encuentros con Marina. Pero no pudo evitar centrarse en México. En ese bar del hotel, ese vestido verde, esas copas…
-          ¿No os he visto antes? –Patético, común, pero era la verdad. La había visto en Río, en la escala, y por eso no le sorprendió tanto verla de nuevo en México… ¿Pero en su hotel?
-          Mmmm… ¿En el aeropuerto de Río, cuándo lo de las maletas? –Respondió ella con una sonrisa, esa sonrisa.
-          Sí, sí. Eso es. Cuando lo de las maletas… ¿Recuperó la suya?
-          Sí, ningún problema. ¿Vos?
-          Aún la espero… Me dijeron que mañana…
Siguieron hablando. Y a la mañana siguiente celebraron la llegada de la maleta de Colifatto yendo a pasear por la playa tras el desayuno. Comieron juntos, charlaron, cenaron juntos… Pasaron cinco días juntos, hasta que…
-          Os agradezco mucho esta compañía… He de confesaros que me siento mucho más segura con vos que…
-          Por favor, yo creo que tras estos días, no hace falta esto… y que podemos pasar al tuteo, ¿no crees? –Le sonrió, confiado, contento, seguro. ¡Idiota!

Ella le devolvió la sonrisa y llegaron al hotel, justo para la cena. Cenaron en silencio, sonriéndose, como dos quinceañeros. “No me puedo creer que esto me esté pasando a mí”, se repetía Colifatto con cada sonrisa de Marina.

Tras la cena, ella, muy tímida, le invitó a su habitación:

-          No creas que soy una chica… ya sabés… -dijo tímida, avergonzada.- Es por lo que te he dicho antes, lo de sentirme segura. Quiero enseñarte algo, tengo dudas sobre algo…
Una explicación extraña, pero él subió. Le gustaba mucho, muchísimo, esa chica. ¿Quién no? ¿Y quién no hubiese subido estando en su lugar?
Por eso no pudo evitar sorprenderse cuando ella cerró la puerta con cuidado y se puso a rebuscar nerviosa en su bolso y sacó un pañuelo envolviendo algo. Y lo que no se esperaba es que fuese un arma. Una brillante y negra pistola de los años 60, según pudo deducir su ojo experto. La miró sorprendido.
-          Esto… esto es lo que quería mostrarte… Ya te dije que estoy acá un mes por indicaciones de mi empresa. Vacaciones forzadas por estrés… -Sonrió nerviosa.- Cuando un compañero supo que me venía acá, me dio esto… “Para protección”, me dijo. “Por si acaso”, me dijo… Pero la verdad es que sí, yo la llevo encima siempre, pero descargada… No creo que pueda disparar nunca un arma… -Colifatto la entendía: una mujer como ella no podía disparar a alguien, no lo creía posible. ¡Idiota!- Entonces… te traje acá, te mostré esto con la esperanza… -Levantó la cabeza para mirarle. Hasta entonces no había levantado la vista de sus manos, de la pistola.- Tenía la esperanza… Quería pedirte… -Extendió los brazos, entregándole el arma.- ¿Podrías quedártela? No quiero tenerla conmigo más… Total, no voy a usarla nunca…
Logró salir de su asombro, sonrió y, sin decir nada, cogió la pistola y la miró: Estaba en lo correcto, era una Smith & Wesson M&P, un modelo 14 ó 15, no estaba muy seguro, pues, a pesar del brillo de los cañones, la culata estaba realmente dañada. En el cañón también había un par de arañazos, y el número de serie era ilegible. Levantó la mirada y dudó si preguntarle a Marina el origen del revólver…
-          Es una buena arma… ¿Te dijo tu compañero…? –Ella le cortó con una triste sonrisa.- Ya... ya me imaginaba.
-          ¿Me la guardarás hasta que me vaya? Serán sólo dos semanas. Me la llevaré de vuelta a Buenos Aires, no te preocupes.
-          Claro… Claro… Pero…
-          Es que no quiero tenerla conmigo, me da mal cuerpo… ¿Entiendes?
-          Claro, claro…
-          Gracias. -¿Quién puede resistirse a esa sonrisa?- De verdad. No sabes el peso que me quitas de encima…
Él se limitó a sonreírle. Miró la pistola de nuevo, le miró a ella. Ella, comprendiendo, se acercó a él, seductora, le quitó la pistola de la mano, la dejó sobre el mueble de la entrada y de la mano le llevó al borde de la cama. ¿Una copa? ¿Por qué no? ¿Qué daño le haría? ¡Idiota! Estaba claro lo que iba a pasar a continuación.
Pasó cinco noches más durmiendo con ella, en su habitación, hasta que le preguntó si le parecía mal que pasasen los días que le quedaban en su habitación. Ella, encantada, asintió. Él bajó corriendo a anular su habitación, recogió sus cosas, y entonces… Se dio cuenta que en ningún momento le había dicho exactamente a qué se dedicaba. Amontonó sus carpetas y volvió con ella. La cogió de las manos y le dijo que tenía que contarle algo importante. Ella le miró preocupada. No, no, no te voy a dejar acá tirada. No me arrepiento de nada. Es sobre mí. Quiero que sepas quién soy. Ella le miraba entre sorprendida y asustada, pero siempre tan bonita…
No supo qué le impidió contarle toda la verdad. Quizás no quería hacerle daño. ¡Idiota! Así que la cubrió de besos mientras le decía que no era nada malo, que no se preocupase, que no le mirase así. Simplemente quería advertirle sobre las carpetas y documentos que iba a meter en su habitación. Ella quiso retroceder. ¡No, no! Suspiró. Era policía, sí, policía de la Argentina. Ella le miró más tranquila. Se abalanzó sobre él. Le cubrió de besos. Sorprendido, quiso seguir: estoy acá, no de vacaciones como te dije, sino persiguiendo a un tipo. Ella no le dejó seguir, le hizo el amor como nunca, apasionada, entregada. Cuando por fin se encontraron tumbados en la cama, sofocados (¿cuántas veces lo habían hecho?), sudando bajo la tenue luz del amanecer que se colaba por el ventanal de la izquierda (su izquierda, pensó Colifatto).
Marina se giró, empezó a recorrer su pecho con un dedo. Le empezó a besar siguiendo el recorrido de su índice mientras le decía:
-          ¡Qué bueno que seas policía! Ahora me siento mucho más segura… más de lo que ya me sentía a tu lado…
Respondió a esta frase con una cansada sonrisa. ¿Qué le pasaba? Si ella no quería saber más, mejor, menos trabajo para él. ¡Con lo costoso que se le antojaba contarle la verdad! ¡Idiota!
Durmieron un par de horas, y se despertó asustado: ¡Sus cosas! Se lo dijo a Marina, ella sonrió y le despidió con un beso. Cuando volvió con sus cosas, ella estaba en el baño. Escuchó correr agua y cómo su seductora voz le invitaba a la ducha. Pasaron una mañana de amor y pasión. Entonces, en el desayuno, ella ahogó un gritito. Cuando él la miró sorprendido, ella respondió a su mirada interrogadora susurrando:
-          ¿No decías que perseguías a un tipo? ¡Yo no he hecho más que distraerte!
-          ¿Qué decís?
-          Sí, querido. Cinco días acá conmigo, y no has avanzado en tu investigación… -Compungida, removió su café.
-          No, cariño, no te preocupes… Estoy en el paraíso con vos… Además, estoy seguro que acá no anda, si no…
-          ¿Qué? ¿Tienes espías? –No pudo ocultar su emoción.- ¿Y si te ayudo? ¡Ay, querido! ¡Siempre quise investigar! Es tan aburrido mi trabajo…
-          Pero, preciosa…
-          Sé que no es un juego... Pero es que si no, no podré verte en los días que me quedan acá… -Esa maldita mirada, esos ojos…- ¿Por favor? Aunque sea te grapo los folios, te los sujeto.
Él aceptó, sin saber que estaba dando entrada al demonio en persona a su vida.
***
Quijano seguía sin poder dormir. Con un bufido se levantó de la cama y encendió su ordenador. Se puso a navegar en sus archivos, sin saber qué buscaba ni qué iba a encontrar…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te escribo porque eres seguidor de mi anterior blog http://mi-pais-es-esto.blogspot.com
pero he decidido cambiar un poco el enfoque del blog, si quieres seguirme ahora estoy en
http://vfofficial.blogspot.com

¡¡Saludos !!