Su ausencia no hacía sino que la anhelase aún más.
Echaba de menos su olor, ese olor fresco que le hacía cerrar los ojos para impregnarse de él sin que ninguna otra cosa le distrajese.
Deseaba poder acariciarla, recorrer sus recovecos, desentrañar cada misterio y cada secreto que pudieses esconder.
Jugar a ir descubriéndola poco a poco, paladeando cada segundo, era su entretenimiento favorito.
Planear cada segundo para luego dejarse llevar y abalanzarse sobre ella como queriendo engullirla por miedo a que se esfumase antes de poder disfrutar un segundo de ella.
En ella. Porque eso era lo mejor: sentirse dentro de ella. Ahí era feliz, libre. Se sentía como un chiquillo, pudiendo disfrutar sin limitaciones.
Acariciar el césped, oír los pájaros, sentir el viento… Sentirla a ella…
De repente le dieron ganas de bailar. Sí. Siempre que pensaba en ella le daban ganas de bailar.
La última vez fue un vals.
Se levantó del jergón y buscó entre sus discos.
---------------------- A los que, como a mí, les parece que la historia termina aquí perfectamente: id abajo del todo, al título del relato, y la canción que "lo inspiró"... Si queréis más, leed las 5 líneas que quedan ---------------------
Mientras las primeras notas sonaban pensó que Dios debía de ser negro, porque si no, ¿por qué un ateo como él se sentía más cerca del cielo cuando escuchaba esos viejos vinilos?
Sí, el jazz, la música, le hacía sentir más cerca de ella, su Diosa, la Libertad.
“La cautividad te da alas”
21/09/2010
(Trayecto en tren, escuchando al ángel Jamie Cullum...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario