Llegó a la esquina y, al verla desierta, miró su reloj, sorprendida. Vale, faltaban un par de minutos. Más relajada, dobló la esquina y empezó a bajar la calle, mirando al gran reloj del otro lado de la calle. Entonces oyó un silbido familiar y giró la cabeza. Nada. Fue avanzando y vio cómo la gente iba acercándose a ella en masa. Pero por mucho que se fijó, no pudo verla. Nada. No vio sus bolsas de plástico de colores, ni sus ojos pintados de colores alegres, a pesar de la tristeza y preocupación que mostraban siempre.
Le resultó extraño, pero pensó que quizás ese día hubiesen llegado antes, o que tendrían que haber faltado a su cita porque tendrían otros asuntos que atender. Pero echaba de menos ese olor a tabaco de pipa, ya tan familiar…
Llegó al andén y no le sorprendió tanto no ver a “las chicas”. Pero aún era pronto para ellas. Se preocupó al subir al tren sin haberlas visto, ni siquiera corriendo para cazar el tren… Y ni rastro del crío con su mochila negra.
Se pasó todo el viaje intentando descubrir si era un sueño o era realidad, y si lo era, ¿dónde estaba todo el mundo?
Fue cuando creyó oír el móvil, al cogerlo y ver la fecha en la pantalla, al ver esos números brillantes, cuando descubrió la solución al misterio: era la vuelta al cole. Y lo que para muchos significaba volver a la rutina, para ella era todo lo contrario: Adiós al gordito que esperaba a que le recogiesen en la esquina fumando su pipa. Adiós a la mujer que subía trabajosamente la cuesta todos los días. Adiós al grupo de trabajadoras que cogían el mismo tren que ella, como el estudiante de mochila negra.
Entonces, de golpe, comprendió la ausencia de ese hombre al que confirmó que sí, que ese tren le llevaba a su destino, y con el que recorrió todas las mañanas, a partir de ésa ya lejana, el tramo de la estación a la oficina. O de la mujer seria a la que en 2 meses sólo había oído pronunciar dos palabras, y a la que aún no ponía nacionalidad. O el joven trajeado, el del bolsito con la comida, la chica rubia de largos rizos, el joven con camisetas que siempre conseguían atraer su atención…
Y es que “rutina” y “vuelta” son palabras que pueden significar tantas cosas… tantas como rostros se cruza cada día.
Esta historia me ha venido a la cabeza esta tarde, de vuelta a casa del trabajo, pero llevo más de un mes dándole vueltas a esto de las “referencias humanas”: gente con la que te cruzas todos los días, apenas notas, te fijas en su ropa, detalles… pero no les das importancia… hasta que un día, no les vemos.
Todos los “rostros” que aquí aparecen son reales. El chico de la pipa me abandonó todo agosto, pero ya volvió. Me cruzo con él y la señora de las bolsas y los ojos de colores al volver a casa a comer. Son mis referencias para saber si tengo que correr a por mi tren o no. A las mujeres y al chico de la mochila hace bastante que no les veo. Ellas supongo que habrán empezado con la jornada completa. Él, que hacía un curso de verano.
Todos los de la mañana son mis compañeros de andén.
Y se me olvidaban mis repartidores de periódicos: una chica y un chico muy majos en Julio, un sonriente chico al que desde que hace dos días sustituye una chica sosilla en Septiembre… pero es uno de mis “anónimos familiares”, así que sé que la echaré de menos cuando se vaya…
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