¿Qué tierras son aquellas que veo, Sancho? |
Ése es el tiempo que ha pasado, hora arriba, hora abajo, desde que pisé por primera vez tierras belgas. Desde que empezó mi vida como extranjera, niña errante con maleta tamaño persona, mochilera de tres bultos... Desde que me enamoré de Bruselas y ella me correspondió, hasta cierto punto.
Hace tres años, dos meses y un día descubrí lo que era irse de casa, al menos físicamente (la beca Erasmus era una mierda, pero al menos "era"). Aprendí a cocinar a la fuerza y me dediqué, en cada minuto y hora de cada día, a ser vegetariana. Aprendí a desenvolverme completamente sola, aunque mi padre estuvo los primeros días para guiarme en el escalofriante mundo adulto que me esperaba más allá de la frontera.
Hace dos años y muchos meses confirmé que quería vivir de España. Esa semillita que siempre había estado durmiendo en mi interior había germinado bajo la lluvia bruselense y se desesperazaba para abarcar todo mi ser, empezando por mi corazón y siguiendo por mis pulmones (literalmente, nunca había respirado mejor ni había olvidado tan fácil y completamente lo que era el asma o un inhalador). Y cada poro de mi piel se abrió a ese tibio sol belga que sí, también existe, y a su lluvia, nunca vertical, y a su nieve. ¡La nieve! Claro que había visto nieve, pero nunca durante tanto tiempo seguido. Al principio fue algo hermoso, luego molesto, luego insoportable, para luego convertirse en un vecino más. Hasta que caí. Literalmente y emocionalmente.
Las Navidades son una frontera a superar. Hace dos años, once meses y unos días, yo volví a casa a vivirlas con mis amigos y mis padres. Fui turrón por primera vez, pero no por última.
Y dentro de un mes, quién sabe si volveré a serlo. Dentro de unas horas, lo sabré.
Halloween ha sido interesante, incluso divertido. Sin duda, ha sido diferente. Pero las Navidades son otra cosa. Quizás, si todo sale bien, consiga un trabajo de Navidades en Londres. Significaría poder alargar el período de prueba de la capital inglesa, pero también significaría estar un mes más sin ver a mi querido hermano, a mis padres, a mis amigos...
Hace unos nueve meses, quise ser emigrante. Como todo parto, ha sido doloroso, placentero a veces, lleno de dudas. Y ahora que la realidad se acerca, esas dudas crecen. Pero la plantita de mi interior ya casi alcanza los poros de mi piel, y pide aire. Quizás no pueda darle el aire multicultural del país trilingüe en el que creció, pero sé que Londres será tan buen padre como Bruselas.
Y si no, siempre nos quedará París.
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